lunes, 22 de febrero de 2010

¿Una Quinta Internacional bolivariana?; por Luis Mattini



Partimos del hecho indiscutido de que las guerras de la Independencia en América significaron la constitución de los Estados Nacionales afirmando el desarrollo capitalista en este continente. Eso quiere decir que, desde el punto de vista del mito del progreso, se suponía que frente al “atraso” de las sociedades americanas, los llamados patriotas fueron los representantes del “progreso” de origen europeo de aquella época. Pero claro ese también es nuestro punto de vista… digo el que aprendimos nosotros, los criollos, o sea los descendientes de no americanos nacidos en América. ¿Se nos ocurrió pensar alguna vez que podría haber otro punto de vista, además del de los colonialistas españoles? Me atrevería decir que no. Porque me atrevo a decir que nunca nos lo fue planteado por nuestro sistema educativo, ni la línea liberal ni la línea revisionista. Nunca se lo escuché a mi maestra sarmientista, pero tampoco a Hugo Wast ni a sus sucedáneos “de izquierda”, como Hernández Arregui o Galazzo.

Sin embargo existe al menos otro punto de vista muy importante y es el de los pueblos aborígenes. Para ellos, nuestros patriotas formaban parte de la opresión colonial y, en todo caso, las guerras de la Independencia fueron guerras en el intestino del orden colonial. Cierto es que en el alma de algunos patriotas estaba incluida la preocupación por los indígenas, cierto es que había quienes incluían en la liberación nacional la redención de los pueblos aborígenes, sobre todo los jacobinos como Castelli o Monteagudo, pero no era el centro de las preocupaciones de la mayor parte de los patriotas ya que ellos representaban a las clases dominantes criollas. Y para colmo los hechos posteriores a la creación de los estados independientes confirmaron la desconfianza o los “prejuicios” de los indígenas: en la mayoría de los casos, esas clases dominantes, ahora en el poder político, fueron iguales o peores que los españoles respecto a los aborígenes.

Y de esto no escapa ni el mayor héroe criollo de América, Simón Bolívar, uno de los fundadores de Estados Capitalistas.

Más allá de sus declaraciones incluyendo a los indígenas entre los ciudadanos a emancipar, lo cierto es que Bolívar promovió, y luego aceptó de buen grado, la separación del llamado entonces Alto Perú para fundar la república que lleva nada menos que su nombre: Bolivia. Así se dio una de las grandes paradojas de América, una de las regiones de mayor presencia aborigen, de la parte más antigua y de extensas y muy ricas culturas precolombinas de Sudamérica, sólo comparable con México, la actual Bolivia, lleva el nombre de un conquistador, mientras que ese paisito, compuesto en su inmensa mayoría por criollos de tradición democrática, no se llama “Artigias”, sino que lleva con legítimo orgullo un nombre aborigen: Uruguay

Pero un detalle no menor fue que Bolívar no sólo propició la división del Perú porque, entre otras cosas, era una amenaza para su muy criolla “Gran Colombia (fíjese que nuevamente la manía con los nombres europeos: Colón) sino que redactó la primera constitución para la flamante república de Bolivia, cuyo texto expresaba una mezcla de principios del republicanismo liberal con la defensa contra el desorden que, según él, amenazaba los logros de los libertadores hispanoamericanos, en particular, como queda dicho, el destino de la Gran Colombia, que en apariencia se mantenía tranquila pero en la que desde hacía poco se estaba oyendo un creciente coro de quejas.

Bolívar llegó a la conclusión de que era necesario enderezar la balanza a favor de la estabilidad y la autoridad; y la constitución boliviana fue la solución que dio. La característica más importante de la constitución fue la prescripción de un presidente vitalicio que tenía el derecho de nombrar a su sucesor; como una monarquía constitucional, cuyos poderes legales estaban estrictamente definidos, nobleza obliga reconocerlo, pero que a la vez tenía un muy amplio potencial de influencia personal. Este invento se complementaba con un complejo congreso de tres cámaras una de las cuales era la Cámara de Censores. El tono general de la constitución era una mezcla apenas convincente de cesarismo y aristocraticismo. En Bolívar ni el jacobinismo ni la vocación democrática parecían su fuerte, menos aún el internacionalismo.

Bien, los historiadores dicen que el libertador tuvo sus razones; La necesidad de orden, frente al lógico caos post guerra revolucionaria, era la principal, pero entre las no menores, estaba también el hecho que las clases dirigentes de esa época consideraban que los pueblos de Iberoamérica no estaban maduros como los anglosajones para ejercer la plena democracia.
Bueno, uno no quiere ser mal pensado, pero a juzgar por los hechos parece que ese prejuicio sigue firme doscientos años después. Tenemos síntomas de monarquía en Cuba, re-re-reelecciones lamentablemente tanto entre los progres venezolanos, como entre los reaccionarios colombianos y en varios países; además estamos llenos de padres protectores. Ni hablar de esa clase bien llamada “despotismo ilustrado” que existe no sólo en Argentina, sino en toda Iberoamérica.

Pero Iberoamérica no es solo las guerras de la independencia, es toda una historia de luchas posteriores, con harta frecuencia impregnadas de clasismo pero disfrazadas de “nacionales y populares”, envenenadas de nacionalismo, ese indigesto invento europeo que hemos sabido importar sin el debido asco. La revolución mexicana es el máximo ejemplo seguido por la fresca revolución cubana. De allí tenemos figuras alejadas de intereses de la burguesía, de los Estados nacionales; como ser, Pancho Villa, Zapata, Sandino, el Che, Camilo, el subcomandante Marcos y otros hombres saludablemente ajenos al nacionalismo. ¿José Carlos Mariátegui me recuerda Ud.? Ah si, claro…incluso él, a pesar de su desdén por los criollos descendientes de africanos, escrito en su séptimo ensayo de interpretación de la realidad peruana.

¿Por qué entonces Chávez, desde Venezuela, llama a crear la Quinta Internacional bajo la inspiración del patriota Bolívar, creador de Estados nacionales, o sea lo contrario al internacionalismo? ¿Por qué, si su llamado es sincero, no se inspira en los revolucionarios de Nuestra América?
¿O es que todavía no hemos superado el contrabando stalinista que supimos comprar a pesar de nuestras críticas al stalinismo? Me refiero a ese contrasentido llamado “Patria Socialista”, base de la pretendida “vía estatal” al socialismo, la que en última instancia fue en la URSS y en China, la ”larga vía hacia el capitalismo”.

Convengamos que el improvisado Chávez puede decir lo que se le ocurra repitiendo unas re manidas frases marxistas. Convengamos que está imitando a los cubanos, sin ver que Cuba se aleja cada vez más del marxismo para acercarse al espejo del Estado Teocrático Norteamericano, en forma de sutil monarquía. Pero lo asombroso es que viejos militantes, gente que como yo, llevamos décadas de lucha desde una postura internacionalista, compremos ese discurso
Entonces pregunto: Si queremos ser radicales en nuestras posturas —y no cabe dudas que Chávez pretende “corrernos por izquierda”— por qué un burgués, muy honorable, muy revolucionario, pero burgués al fin y al cabo, como Bolívar y no un rebelde y revolucionario de vocación como el Che, Zapata o el subcomandante Marcos?.

Pero veamos también la experiencia vivida ya por millones de personas que no sólo nos sentimos internacionalistas, sino que ha sido nuestra práctica militante: la Primera Internacional, fundada por Marx y los anarquistas, cumplió un papel importante en la organización de la clase obrera de su época y luego se agotó por insuficiente desarrollo al no poder contener a los anarquistas, los socialistas y los comunistas todos juntos. La Segunda Internacional, fundada por Engels, creó socialdemocracia mundial y entró en crisis cuando los partidos socialistas fueron capturados por el chovinismo en la “defensa de la patria” en vísperas de la primera guerra mundial. La Tercera Internacional, fundada por Lenin, Trotsky y Rosa Luxemburgo fue la respuesta a la catástrofe ideológica de la Segunda, A los pocos años , con la muerte de Lenin y Rosa, el destierro de Trotsky y la zorroneria de Stalin asumiendo el poder absoluto, fue esclava de su sujeción a la política estatal de la URSS y finalmente disuelta en las postrimerías de la segunda guerra mundial, por el pacto de los rusos con los aliados. La Cuarta Internacional, un invento de Trotsky, existió sólo como un grupo de “burócratas sin fronteras”, sobre todo como una rara celestina de partidos trotskistas que en medio siglo solo han aprendido a recitar un discurso contestario parándose siempre “a la izquierda” en toda asamblea, para ver pasar la revolución a su costado. Digamos a título de ejemplo, que el PRT-ERP argentino, dirigido por Santucho, tuvo que romper con la Cuarta Internacional para poder llevar adelante la práctica guevarista que le caracterizó

Conclusiones: es infructuoso y contraproducente impulsar grandes conglomeraciones internacionales “por arriba”. Haciendo una caprichosa analogía, observemos también las dificultades para el desarrollo de los novedosos “Foros” que se reúnen para discutir y encarar problemas comunes a los seres humanos. Queda cada vez más a la vista que la política de transformación revolucionaria se diluye cuando se desliza por la superestructura. La historia de la humanidad revela que los cambios se fueron dando desde abajo y sólo en determinado momento, el de la insurrección o del asalto al poder, se proyecta todo hacia la superestructura. De pronto vemos que en realidad cuando una revolución “estalla”, realmente es porque ya se hizo; la cruda realidad de la historia, además, indica que la revolución siempre sorprende a los revolucionarios. Justamente, el talento revolucionario es prepararse para la sorpresa.

Pero respecto a la disparatada propuesta de Chávez, digamos que las consecuencias trágicamente dolorosas de la práctica de la Tercera Internacional, su sujeción a las necesidades de la URSS, enseña que no se puede ni pensar en un organismo mundial en el que compartan espacios de lucha los movimientos revolucionarios en el llano, con los gobiernos de un Estado. Un Estado, cualquiera fuere, capitalista o socialista, obedece objetivamente a políticas e intereses de Estado y estas políticas, no sólo suelen no estar acordes con las políticas de los movimientos en el llano, sino que , la mas de las veces se contradicen.

Tenemos la trágica experiencia de la URSS y China y la amarga experiencia de Cuba. Un Gobierno de un Estado se debe al Estado.

Por último, a ver si alguien tiene a mano la forma de informarle a Chávez que el socialismo marxista desarrollado, implica la disolución del Estado. El comunismo sólo será realidad como movimiento social, con la disolución del Estado.

Y no es sólo que yo me he hecho anarquista a la madurez, (o a la vejez, como dicen algunas por ahí) sino de que este siempre fue el punto común entre Marx y el anarquismo.


3 comentarios:

Hrod Jródeberth dijo...

Estimado Mattini:

Después de leer su artículo (con dolor, por haberme educado siempre en las filas del trotskismo y simpatizar con las ideas, posiciones y el desarrollo teórico de León Trotsky y los oposicionistas de izquierda, entre otros muchos pensadores y militantes marxistas y revolucionarios) tengo que admitir que estoy de acuerdo con el 99% de lo que en él se dice sobre la caracterización del chavismo y su doble juego al nacionalismo burgués, su loa acrítica a los próceres criollos de la revolución burguesa en Latinoamérica, y sobre la tradición internacionalista no sólo teórica sino práctica militante de tantos revolucionarios honestos como los que menciona, así como las caracterizaciones que hace sobre las diferentes Internacionales del movimiento obrero y el porqué de su agotamiento político para la clase obrera y la revolución.

Esto incluiría la caracterización que Vd. hace de la IV Internacional. Al menos en lo que ésta ha legado al movimiento comunista después de Trotsky y el ascenso obrero (ya en vías de descomposición, y aplastado, cuando no por el fascismo, por el estalinismo o el imperialismo) de los años 30: poco más que unas cuántas camarillas o grupos de intelectuales marxistas en la mayoría con poca, escasa o casi nula vinculación orgánica con el movimiento obrero. No obstante, cabe citar algunas excepciones, entre ellas, y esto en mi modesta opinión, la apoteósica labor de reconstrucción de imponentes partidos obreros comunistas en Latinoamérica y, particularmente Argentina, ejercida por Nahuel Moreno luego de superar las contradicciones intrínsecas de burocratismo, aparatismo, desclasamiento y falta de vinculación orgánica de grupos intelectuales con el movimiento obrero por que atravesaba el trotskismo argentino y que se deben en parte a este legado.

Desde ese punto de vista, y a pesar de todo el maniobrerismo, ortodoxismo y excesivo dirigismo (aunque él mismo criticara esa tendencia en sus filas) de que podamos criticar que en ocasiones hace abuso Moreno, y en el que, por desgracia, ha educado a toda una generación de trotskistas latinoamericanos y argentinos seguidores de Moreno con las consecuencias desastrosas que conocemos para el trotskismo de este país hacia los 90 (la descomposición y el escisionismo en decenas cuando no centenares de grupúsculos y nuevos aparatos burocráticos regentados por camarillas), sería faltar a la verdad y a mi honestidad como militante no admitir que por otro lado hubo intentos honestos, con todo un trabajo detrás apoteósico, por parte de algunos de estos líderes y militantes trotskistas de la IV, por superar estas contradicciones internas con las que esta partía, con vencer la fuerza intrínseca al desclasamiento, el aburguesamiento, el burocratismo y el excesivo elitismo con que partían las semillas de la IV Internacional legada por Trotsky.

Y a pesar de todo, no en vano Argentina sigue siendo hoy día uno de los países de Latinoamérica y del mundo con mayor índice de militancia trotskista; incluso a pesar de su divisionismo o fraccionalismo a menudo excesivo fruto de las luchas entre aparatos y camarillas, torpemente justificado en causas teóricas de segunda.

Hrod Jródeberth dijo...

También debemos decir que, a pesar de las críticas que pueda tener en su proceso de gestación, tampoco tenían Trotsky y la Oposición de Izquierdas muchas otras opciones, al formar la IV. Esta fue un paso revolucionario en el sentido de que fue un intento honesto de Trotsky y la Oposición de Izquierdas, a pesar de su aislamiento por las persecuciones del estalinismo, el fascismo y el cerco imperialista, de romper definitivamente, y no sólo de boquilla, sino de manera orgánica, con los Partidos estalinistas, y comenzar a crear un nuevo agrupamiento de TODOS aquellos comunistas que desencantados con el viraje contrarrevolucionario de Stalin, su traición a la revolución y doble juego interno y externo a la contrarrevolución, y la aniquilación o exclusión política y física de toda una generación de militantes revolucionarios bolcheviques honestos, quisieran defender el comunismo desde abajo, entiéndase, democrático, y la democracia obrera, con todas las mejores tradiciones del bolchevismo, del leninismo, y la independencia de clase, como alternativa.

Lo contrarrevolucionario para mí habría sido inclinarse ante los hechos consumados de que era imposible formar una nueva internacional sin suficiente base social y quedarse ahí, no agruparse los comunistas democráticos y revolucionarios honestos que sobrevivieron a las persecuciones y purgas stalinistas, en pleno ascenso del fascismo, en plena revolución y guerra civil en España, en plena lucha anticolonial en India o en Palestina, en pleno ascenso de masas en Francia y otros países, en vísperas y pleno estallido de la II Guerra Mundial, en pleno auge de los Frentes Populares...

Hacía falta un organismo desde el que dirigir la crítica revolucionaria a esos procesos, el desarrollo de una teoría revolucionaria para la nueva etapa que se abría, y sobre todo, desde el que empezar a organizar una alternativa obrera a las direcciones y Partidos del estalinismo y la socialdemocracia; en otras palabras, eso que Vd. dice de empezar a preparar la revolución para que no nos pille por sorpresa, para que cuando ya "esté hecha" toda la base social, y estén dadas todas las condiciones necesarias para que "estalle", podamos llevarla a buen término.

Eso lo intentaron los trotskistas en una fase histórica decisiva, última a medidados de siglo XX para aprovechar las últimas oportunidades que se presentarían en décadas antes de una matanza en la II Guerra Mundial casi segura, y de un período de aparente "tranquilidad" o "convencia pacífica" (salvo por los procesos revolucionarios que "estallaron" en Yugoslavia o Grecia y que no pudieron ser frenados a tiempo por la dirección del estalinismo, como por ejemplo, pasó en Italia) entre el imperialismo y los aparatos de Estado del estalinismo, como el que después sobrevino durante algunas décadas en el período de post-guerra.

No se consiguió. Cierto que la correlación de fuerzas en tal situación, terminó siendo en la mayoría de los casos desfavorables. Pero al menos se generó un agrupamiento internacional que pudiera permitir la reconstrucción de las fuerzas independientes del movimiento obrero comunista no estalinista, más avanzado, desde abajo.

Y bueno, sus líderes tenían poca experiencia, y nada pudo evitar que hubiera puntos de vista muy dispares no sólo en la teoría sino en la práctica, decepciones o fracasos, como en la Revolución Boliviana donde el trotskismo sí era una fuerza hegemónica en la clase obrera, y finalmente las escisiones de turno.

Hrod Jródeberth dijo...

La cuestión es si el trotskismo, como programa, ha sido superado a día de hoy. Si debemos dar paso a la formación de una nueva internacional, con nuevas generaciones de comunistas que se formen en el nuevo ascenso de la lucha de clases que sobrevendrá a la actual crisis, desde donde, en cierto modo, podamos empezar de "cero" a reorganizar las fuerzas de la izquierda y del proletariado revolucionario desde abajo, desarrollar una teoría del movimiento revolucionario y de la actual fase del capitalismo en el período histórico actual, y reagrupar a los revolucionarios, en una nueva internacional; o si, por el contrario, el trotskismo no ha sido superado, sino que lo que ha sido superado son algunas de sus distintas camarillas, sus aparatos burocráticos, pero el programa sigue vigente y a lo que hay que tender es a la reconstrucción de la cuarta entre los supervivientes del trotskismo, entendido en sentido amplio como comunismo democrático, que quedan hoy, con todo su bagaje teórico y militante, y que pueden seguir aportándolo.

¿Tiene sentido afanarse en la reconstrucción de la cuarta como parece ser la tónica común entre los partidos y aparatos que quedan hoy día dentro de la tradición trotskista, herederos todos ellos de la IV, cuya disolución no fueron capaz de evitar, que no estuvieron a la altura de las circunstancias en su práctica o análisis teórico con respecto al programa que portaban y las tareas históricas a que se debían o se les presentaban; o lo lógico sería, dar paso a una nueva internacional, con una redefinición del programa, con una búsqueda o formación de nuevas fuerzas, desde abajo, desde el mismo movimiento obrero, superando a los tradicionales aparatos y camarillas que más parecen ser un freno para la reconstrucción de la izquierda, en parte por ser tan dados a formular debates abstractos sobre una base real cuestionable sin contar con el adecuado correlato o contrapeso de una vinculación orgánica abundante en las filas del movimiento obrero, en parte debido o fomentado esto a la falta de organización, desarrollo y conciencia de clase dentro del mismo (que sólo ahora, empieza a despertar y aparecer en escena, aun dividido por los aparatos de las burocracias sindicales vinculadas en mayor o menor medida al Estado burgués, y por la lucha corporativista, propiciada por tales aparatos [y en ocasiones, y es lo más preocupante, también por la chovinista], para dividir a la clase obrera y frenar la generalización y unión de su movilización social y combatividad y el potencial que esta tiene)?

Planteándole estas cuestiones, deseoso de tener un debate serio con Vd., que en parte me ayude a ubicarme en el momento presente respecto a las tareas que tenemos pendientes y en juego, y esperando su respuesta,

Atentamente,
Roberto Mérida (Xpectrvm)
xpectrvm@gmail.com