viernes, 5 de septiembre de 2008

Las diversas formas de demoler - 21/08/08


Por Luis Mattini

La historia de los métodos de dominación para aplastar y demoler la lucha emancipatoria de los dominados es rica en variantes no siempre recordadas por los historiadores, o al menos por la memoria. Se recuerda con agudeza y franco dolor la derrotas brutales, sangrientas, con muchos muertos y de dolores vivos, como la Comuna de Paris, la Guerra civil Española, la revolución alemana, el Golpe del 55, el asesinato del Che o Salvador Allende, etc.

En cambio suelen olvidarse, o al menos recordarse con nostalgia, las revoluciones “traicionadas” como la Revolución Mexicana, la Revolución Rusa, la China, la de Nicaragua y…bueno, en realidad la inmensa mayoría de las que “triunfaron” en el sentido que habían logrado tomar el poder. Cierto es que, por lo general, en todos estos casos hay indignación y polémica, empezando por la revolución bolchevique, de donde tomé prestada la expresión “revolución traicionada”, de la boca de uno de sus hacedores: León Trotsky.

Pero existen más variantes de derrotas. Ahora me ocuparé de esta que estamos sufriendo los argentinos, y que más allá del dolor, de la indignación, nos produce una tremenda tristeza. Y esto es lo grave, porque el dolor y la indignación suelen ser estimulantes para la lucha, en cambio la tristeza en un conocido factor paralizante. Es nuestro caso, claro, no es el único, con un poquito que incursionemos veremos que parecería estar vastamente extendido por el mundo. Y también apuntemos que es imprescindible transformar la tristeza en indignación, en sentir como propia la bofetada en la mejilla del otro, como punto de partida guevarista para la acción.

Pero antes de continuar, recordemos que la parte más feliz de la acción revolucionaria no ha sido “la toma del poder”, sino el proceso hacia tal fin. Como decía Don Quijote, lo importante es el camino, no la posada. Este concepto es el que me llevó a afirmar en diversas oportunidades que aquellos años fueron los más felices de nuestras vidas, porque éramos libres a pesar de vivir bajo dictaduras o sistema de “estado policial”. Éramos libres porque supimos superar el lugar de “victimas”.

Esta afirmación que molestó a más de uno, es compartida sin embargo, por decenas de compañeros que han sobrevivido, incluso muchos con largos años de prisión y otros con exilios. Se niegan enfáticamente a ser considerados “victimas”. Pero eso no significa perder de vista que tal afirmación es desconocida o no compartida, por un lado por nuestros hijos, que en muchos casos eran niños que lo sufrieron, otros más pequeños que no conocieron a sus padres hoy desaparecidos; y por otro lado por nuestros ascendientes, aquellas madres y padres que no militaban en nuestras organizaciones. Tanto unos como otros sí pueden ser considerados víctimas.

Por esas razones, unos y otros, hoy organizados en Madres de Plaza de Mayo, H.I.J.O.S., Abuelas y otros Organismos, no conocían en rigor cuál era nuestro ideario. Los hechos demuestran que hoy lo conocen con extrema vaguedad y con harta frecuencia asombrosamente distorsionados, o con diversos huecos, llenados con naturalidad por la imaginación. A ello se agrega que los protagonistas sobrevivientes, tanto los ex presos como los ex exiliados externos e internos, no siempre hemos sabido defender esa historia, por razones que no es dable tratar aquí.

Ese vacío que dejamos fue ocupado rápidamente durante las primeras dos décadas inmediatas a la restauración Institucional, por la mayoría de la llamada izquierda tradicional, aquella que después de la aberrante Unión Democrática de los años cuarenta, y haber saludado a la “revolución libertadora” en 1955, descubrió el “ser nacional” en el peronismo y, más papista que el Papa, se vistió de peronista en los años sesenta. El problema es que no era peronista, nunca pudo tener su autenticidad, sólo adquirió sus ropajes en forma de farsa. Después de la retirada de la dictadura, con los restos de los revolucionarios dispersos, y el peronismo algo maltrecho, esta vieja izquierda creyó que había llegado su hora. Parafraseando la frase hecha digamos que la tragedia se había transformado en farsa.

Era la misma farsa de su discurso revolucionario, o lo que es lo mismo, guevarista. Esa izquierda, que se apropió de una historia que no le pertenece, en los años sesenta y setenta había acusado a Ernesto Guevara de “aventurero”, y a nosotros, los autollamados setentistas porque involucra diversas identidades políticas, de “pequeña burguesía desesperada”, cuando no de agentes de la CIA. Si tiene duda de lo que aquí afirmo, revise los archivos periodísticos y documentales.

Como digo, se apropió de esa historia durante los primeros años post dictadura. Es curioso que, mientras tanto, la clase dominante manejaba la teoría de los dos demonios para asegurar la derrota de los revolucionarios de los setenta. Sin embargo, pese a toda la machaca puesta allí, no logró su cometido, poco a poco se fue desarmando esa teoría. Hay que decir que eso fue obra en particular de las organizaciones Madres y Abuelas y los organismos de derechos humanos, quienes hasta entonces no habían podido ser comprados ni silenciados. Algunos protagonistas de la época y también investigadores serios, también pusimos nuestro granito de arena mediante artículos, conferencias y libros.

Sin embargo, después de la calamitosa caída de la Alianza, con interludio de Duhalde, surgió Kirchner quien tuvo una curiosa habilidad: con un decreto realizó el programa de la Izquierda Unida, agilizando los juicios a los criminales de guerra. Téngase en cuenta que en la lucha contra la teoría de los dos demonios, se fue conformando la idea de que los ideales setentistas, los programas por los cuales dejaron su vida, consistían en el restablecimiento del Estado de Derecho y los consecuentes juicios a los militares. En eso consistía al programa de la Izquierda Unida, cuya consigna más difundida y agitada por la candidata a presidenta era “Cárcel a los genocidas”.

Por allí fue por donde el ex presidente Kirchner supo encontrar el precio de la jefa de Madres de Plaza de Mayo. Kirchner, a diferencia de Menem, no debe de haber leído a Sócrates, pero seguro que conocía aquella anécdota que cuenta que el invasor de Atenas quiso comprar al filósofo, para lograr su complicidad y le dijo: “Todo hombre tiene su precio” y para su sorpresa. Sócrates le contestó que sí, que él también tenia el suyo. Y cuando el otro regocijado le preguntó cuál era, el filósofo respondió: “La libertad de Atenas.” La anécdota me inspira cierta asociación para intentar explicar lo inexplicable, o sea el grado de credibilidad que se le dio a Kirchner: es probable que la Jefa de Madres le dijera al ex presidente que su precio era la realización del programa social por el que habían luchado sus hijos, los jóvenes del los setenta, y Kirchner, puso enormes energías y voluntad en acelerar los juicios. De allí la única explicación a esa frase que quedó dando vueltas en el mundo “nuestros hijos están en el Gobierno”

Pero esto no es una genialidad de Kirchner. No es que Alfonsín, Menem o De la Rúa no se “avivaron”. Esto fue posible porque la política y la cultura pasan por un proceso de degradación de una gravedad nunca vista. Dicho de otra manera, se puede comprar semejantes baratijas, como decir que el actual gobierno lleva adelante el ideario de los setentistas, porque la historia nacional no recuerda semejante degradación de la cultura. Insisto: la consigna central de la Izquierda Unida era: “cárcel a los genocidas”. Hoy Menéndez ha sido condenado a cadena perpetua y eso está muy bien, claro, no más generales asesinos...pero los indígenas del Chaco están muriendo de desnutrición como consecuencia del afianzamiento de un modelo productivo asesino que inició Menem, continuó la Alianza, luego Kirchner y no hay señales que la actual presidenta lo modifique. Y ese modelo productivo está apoyado por el grueso del progresismo, que sigue soñando con el progreso como modo de emancipación. Ese modelo productivo que obedece a la etapa superior del capitalismo, ahora definitivamente en casa, está sostenido desde el punto de vista del “consenso” por la clase ilustrada, que acusa de todos nuestros males a una vilipendiada “clase media”. Sería bueno que esta clase ilustrada que no se percata de que es clase media ella misma, leyera “La rebelión de las Masas” de Ortega y Gasset.

Porque, por supuesto, es obvio que antes las clases dominantes manipularon la educación a su conveniencia y así teníamos la historia “mitrista”, la historia del despotismo ilustrado. Con todo dentro de esas líneas, por un lado había cierta mínima seriedad y cierta creatividad (Por más que le fastidie a Norberto Galazzo, el Che llevaba en su mochila “Las guerras de las Republiquetas”, ah y casi me olvido, ese libro, escrito por el oligarca Mitre, también recomendado por Santucho, –no para escribir la historia sino para hacerla–, fue prohibido por la dictadura de Videla) Si, como lo escuchó, se prohibió un libro de Bartolomé Mitre!

Por otro lado siempre hubo, pese a todo, pensadores y escritores subversivos. Claro eran tan “subversivos” que fueron también rechazados por la “izquierda” o por el “nacionalismo popular”. Caso típico fue Luis Franco quien afirmó en 1962 que un Nüremberg de los pueblos hubiera fusilado a los cuatro: Hitler, Roosevelt, Churchill y Stalin por criminales de guerra.

El problema es que a aquel despotismo ilustrado que ayer dominaba el sistema educativo y la industria editorial, hoy le compite con ventaja una especie de “vaquerismo ilustrado”. O sea “ilustrados” que no usan corbata sino vaqueros como forma de no ser “oligarcas”, pero que ni siquiera llegan a cierta creatividad de aquel “alpargatas sí, libro no” o a colgar a Jesús y Beethoven como en la “revolución cultural” en China, porque en tal caso se hubieran vestido de bombachas y hoy seríamos una potencia capitalista como la patria de Mao.

Estos “ilustrados”, son muchos, un producto indeseado de la “democratización” de las Universidad, y hoy han invadido, por un lado el gobierno y por otro una insospechada penetración en los medios masivos, Clarín, P12, Crítica, Perfil, puf, etc... las “Universidades Alternativas”, ni hablar de los panfletos de “izquierda”, Radio Nacional, Canal 7, diversas radios, en fin donde populan los ilustres que bien podrían llamarse “Intelectuales a la Carta”, muchos de los cuales en estos momentos, sueñan con ser montoneros resistiendo a un golpe de Estado y parecen creer en serio que existe una burguesía nacional.

Las clases dominantes, en tanto, ya no disputan los ámbitos universitarios como lo hizo en la época del despotismo ilustrado, no de ninguna manera, se encontraron que el trabajo de este “vaquerismo ilustrado” es mucho más eficaz. La clase dominante hegemónica, la que no guarda nostalgias de una refinada cultura “oligárquica” en el diario La Nación, la que protagoniza el Imperio en forma de agro negocios, agroindustria, automotrices y todos sus etc., parece ver con claridad que una buena manera de mantener la dominación, es precisamente con esta formidable, inédita denigración de la política y de la cultura. Olvídese de la “oligarquía” o el despotismo ilustrado... en todo caso ellos mantienen sus reservas en La Nación.

Porque señores: una cosa no resiste la mínima lógica: los políticos tan vilipendiados como responsables de los males actuales del mundo, no salen, como en otras épocas, ni de las instituciones armadas o religiosas, ni de las logias especiales, ni siquiera en forma importante de las empresarias, salen de la universidad, o bien están rodeados de universitarios, porque de algo tienen que trabajar la masa de graduados. Algunos todavía del sindicalismo, particularmente de la parte de los trabajadores no manuales. Si reflexionamos a fondo sobre este indiscutible hecho, quizás empecemos a pensar en la necesidad, no ya de una “reforma” Universitaria como la gloriosa del 18, sino una profunda revolución universitaria, que empiece por cuestionar a fondo el modo de conocer.

Una cosa queda clara: el capitalismo ha alcanzado la hegemonía total, tal cual lo previera Karl Marx y con ello el punto de madurez para su superación. Reivindicamos las grandes batallas revolucionarias, con emoción y gratitud a quienes nos precedieron, a pesar de las derrotas. Las derrotas nunca son definitivas porque incluso la libertad está en la lucha, en la rebeldía. Pero la derrota más profunda ha sido cultural. La actual denigración de la política y la cultura lleva la marca del triunfo capitalista y está expresada en esta impostura y en estos vaqueristas ilustrados.

Por suerte pareciera olerse en el aire que se avecina un nuevo ciclo de luchas, quizás como dice mi editor, un nuevo ciclo de treinta años. Es de esperar que esta vez no olvidemos una lección esencial del Che “elegir el terreno de lucha”. Tal como hicimos en los setentas huyamos de los comités, de los “locales”, de las universidades, incluidas las llamadas “alternativas”. (Digo huir en sentido político, no del empleo con el que nos ganamos la vida, docente, periodista, albañil, colectivero, o lo que sea, y que a veces nos seduce haciéndonos creer que desde allí hacemos la revolución) Si logramos superar la fascinación por el terreno con el que busca y logra seducirnos la clase dominante, no sólo el parlamento, sino esencialmente las academias, la universidad y los medios de comunicación, los sindicatos, podremos entender por fin que ni la política ni la cultura emancipatoria está en esos ámbitos; la política y la cultura está en otra parte: descubrir dónde es esa “otra parte”, es haber asimilado en profundidad la herencia del Che.

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